La playa de A Lanzada es una de las más conocidas de Galicia. Se trata de un foco que atrae gran cantidad de turistas, que no solo buscan gozar de su enclave único, sino también disfrutar de deportes acuáticos o de agradables caminatas gracias a sus más de 2 kilómetros de extensión. Esto hace que la playa sea un atractivo turístico de primer orden tanto en la época estival como durante el invierno.
Pero asociada a esta playa no solo tenemos su evidente interés turístico derivado de sus condiciones naturales. Y es que en el caso de A Lanzada existe una creencia que se vincula con los valores milagrosos del mar a la hora de concebir descendencia y, en algunas ocasiones, también con la cura de enfermedades. Se entiende el mar como un espacio sagrado, e incluso se recoge, en ciertas tradiciones, que el diablo no podría interceder en este tipo de ceremonias, precisamente por esa calidad sacra del mar.
Nos estamos refiriendo al ritual de las nueve olas. Este ritual se aprecia muy bien a lo largo de buena parte de la geografía gallega. Por solo poner un ejemplo, conocemos que al pie de la actual iglesia de San Francisco, en Vigo, que hace más de cien años estaba bañada por el mar de una playa, existía una tradición por la que algunas mujeres, en la próxima plaza de la Constitución, vendían hierbas como el hinojo para llevar a cabo el ritual de las nueve olas.
Aunque esta tradición se encuentra, como hemos visto, en muchos lugares de la geografía gallega, el lugar en el que caló dentro del imaginario colectivo fue, sin lugar a dudas, en la playa de A Lanzada. El telón de fondo del ritual de las nueve olas es la idea de que el mar tiene la capacidad de fecundar, creencia que está documentada en culturas tan lejanas como en Melanesia.
El rito de las nueve olas se podría resumir de la siguiente manera. Las mujeres que tenían dificultades para quedarse embarazadas debían sumergirse quedando de pie dentro de las aguas, al tiempo que las nueve olas las bañaban. El baño habría de tomarse antes de la salida del sol, al amanecer, aunque en algunas zonas se especifica que el rito debe celebrarse de noche, lo cual nos sugiere que la participación del sol en todo este proceso es secundaria, al contrario de lo que sucede con la luna, con un protagonismo central, al ser precisamente la que rige los mares. A poder ser, el baño habría de coincidir con la luz del creciente o de la luna llena, puesto que las mareas serían más fuertes y el mar alcanzaría sus límites máximos de crecimiento y, en consecuencia, de fertilidad. Tras el baño, la mujer tendría que sentarse o tumbarse en la “Cuna da Santa” o “Cama da Virxe”, que son un conjunto de rocas cercanas a la ermita que recuerdan a la forma de una cuna o cama. En cuanto al día del año en el que se debería llevar a cabo este rito, la fecha preferida era el último domingo de agosto, si bien es cierto que antes también se celebraba este ritual en el amanecer de los días de la Ascensión y de San Juan.
Aunque la orientación fundamental de este rito era tener descendencia, está atestiguada también a la hora de librarse de las dolencias, físicas, espirituales o incluso mágicas, durante los doce meses siguientes o a la hora de obtener fortuna. Unos versos dan fe de esta otra orientación, encaminada a eliminar las dolencias de cualquier tipo: “Levei á niña muller/á Lanzada, ás nove ondas;/leveina a desinfeitar/e botar os demos fóra”.
Lejos de pensar que el rito de las nueve olas de A Lanzada se trata de una superstición que ha pasado a mejor vida, tenemos algunos testimonios recientes que nos ayudan a comprender la devoción que continúa teniendo. En una noticia publicada por La Voz de Galicia (27 agosto de 2022), se recogía el relato de una vecina de Soutullo, Dalia Pérez, quien hablaba del “nacimiento de cuatro niños que ella y sus progenitores vinculan, de alguna manera, con las aguas de A Lanzada”.
La mujer dice que en el año 2010 entabló amistad con una pareja del País Vasco. Ante la imposibilidad de concebir, Dalia le respondió que había llegado al lugar adecuado, pues la solución a su problema consistía en tomar las nueve olas, algo que le resultaba del todo ajeno a la joven vasca. Entonces, Dalia le resumió el funcionamiento del rito, explicándole que las nueve olas las debía tomar ella y su marido. Probaron ambos en el mes de julio, tomaron las nueve olas y se acostaron en la cama de la santa, una piedra entre las rocas a la que se le atribuye cierto poder ritual. Este proceso lo complementaron, ya en su casa, con los actos propios de la concepción. A los tres meses, la mujer llamó a Dalia para informarle que estaba embarazada.
Al cabo de tres años regresó la misma pareja y, ante la imposibilidad de concebir un nuevo hijo, recurrieron a lo que tan bien les había ido con anterioridad. Así, repitieron la operación y, nuevamente, se quedó embarazada. Dalia explicaría al periódico que, además de estos dos casos, ella conocería alguno más. Se refería al de un médico que conoció el siglo pasado y le habló de un compañero que había “recorrido todos los ginecólogos que hay y por haber y no hay manera de que mi mujer se quede embarazada”. El médico que conoció Dalia le comentó el rito de la leyenda, y su colega se comprometió a que, si su mujer se quedaba embarazada, cubriría con billetes de mil pesetas el manto de la virgen, voto que tuvo que cumplir porque al poco rato de su regreso a Madrid su mujer estaba embarazada.
Bruno Padín Portela, Doctor en Historia