El progreso trivializa y transforma de manera anónima el día a día que vivimos y sin embargo muchas veces desearíamos quedar anclados en el pasado para poder formar parte de ambientes o lugares que nunca llegamos a conocer. Desearíamos tener las facultades de navegar en sueños para sentir y vivenciar escenas o lugares que solamente podemos ver en los libros o en las fotografías antiguas.
El Gran Hotel de A Toxa es una de esas imágenes que ya pocos grovenses tienen la posibilidad de recordar de su infancia o juventud. Su construcción comenzó como un elemento más de la modernidad que trajo a la Isla la fundación, en 1903, de la Sociedad Anónima de A Toxa.
Ilustres escritores como Francisco Camba tuvieron la suerte de visitar en julio de 1907 la isla y allí poder ver la ”silueta de un enorme edificio en construcción”. Hablaría de él como una “obra realmente espléndida: montado con los últimos adelantos del confort”. Tenemos que tener en cuenta que hablar de la posibilidad de poseer en un establecimiento timbre y teléfono en todas las habitaciones o servicio de agua caliente y fría, formaba parte, en aquella época, de un lujo que escasos hoteles podían ofrecer.
Su construcción , por tanto, era patente aún en ese año. El Palacio Comedor, contiguo al Palacio de Habitaciones, aun se encontraba abierto, sin retejar y formando un esqueleto de piedra y hormigón. Las obras irían a buen ritmo hasta que el 1 de julio de 1908 se inauguraría oficialmente el Gran Hotel.
Los primeros huéspedes pudieron disfrutar de un hotel aún por finalizar pero que daba cabida a todas las necesidades que solicitaban. El proceso que culminaría con la finalización de las obras llegaría en el año siguiente, sin embargo, no fue motivo suficiente para que lo habían visitado y habían llegado a dormir ilustres huéspedes como los marqueses de Elduayen tan vinculados a la historia de la ciudad de Vigo.
Como ya mencionaba al inicio del artículo el eclecticismo de sus formas, la majestuosidades del Ángel trompetero como centinela en el alto del hotel o la feminidad con la que embellecían las cariátides cada uno de los torreones, desgraciadamente, ya forman parte de las fotografías y de las pocas personas vivas que aún se acuerdan. Un patrimonio que se perdió y que va desapareciendo en la memoria de nuestros grovenses más viejos.
Francisco Meis Durán, Investigador da Historia local grovense